Rocio Silva Santisteban * LA MASA INSUMISA ¿Qué es el antifujimorismo y por qué no debe llamarse así?

Desde Mirko Lauer hasta The Economist, pasando por Meléndez, Dargent, Tafur, Tanaka, Vivas y otros analistas políticos, todos hablan de la existencia de un conglomerado heterogéneo que se manifiesta como balance en las elecciones y que, después del indulto, se ha concretado con movilizaciones en las calles la misma noche del “perdón” de Kuczynski, al día siguiente en Navidad y el 28 de diciembre. A este conglomerado, al que los fujimoristas suelen tildar de caviar con ineficacia —la CGTP podría ser todo menos caviar— y que estaría compuesto por sectores muy variopintos de la sociedad, se le ha nombrado como “el antifujimorismo”. Personalmente considero que con bastante laxitud teórica.

El antifujimorismo es un significante vacío. Me refiero a que, para convertirse en signo, solo es necesario adjudicarle cualquier significado. No hay una relación comunicacional establecida entre significante y significado. Se trata de una nomenclatura que se repite y se repite en inglés incluso, para intentar definir a los peruanos y peruanas indignados, que se articulan en marchas y movilizaciones callejeras, frente a lo que el fujimorismo esgrime como particularidades políticas en momentos claves: amnesia frente al pasado corrupto y abyecto, autoritarismo maquillado de modales democráticos (“la vacancia”), mendacidad compulsiva, anti-diálogo, jerarquías monolíticas al interior del partido, cooptación de estructuras políticas locales y un élan monárquico sobre la base del apellido de su, ahora negado, líder histórico. Eso no implica que no haya calado en grandes sectores populares que recuerdan a Alberto Fujimori inaugurando una escuela o una posta médica, o que lo asocian con la acotada prosperidad económica o con el freno a la insania terrorista. Un caudillismo melancólico, por decirlo de alguna manera.

Algunos comentaristas, de fustán naranja, sostienen que el antifujimorismo es una “guerra de religiones” que persiste en sostener que el fujimorismo tiene una herencia autoritaria. Otros, como el mismo Lauer, plantean que el antifujimorismo debe saber leer la coyuntura y tratar de entender cómo el fujimorismo ha obtenido buenos resultados en las elecciones. Creo que ambos puntos de vista parten de una visión errada de lo que sostienen: no estamos ante un enemigo instituido frente al fujimorismo como su némesis. No, de ninguna manera, nos encontramos ante un agregado de fuerzas diversas que, en algunos u otros momentos de la historia nacional, ha salido al ágora para oponerse al caudillismo.

Por lo expuesto considero que el antifujimorismo NO es tal ni debe definirse como tal porque no aporta nada al debate, excepto, un nombre para los titulares de los periódicos. No podemos seguir hablando en estos términos porque no sabemos exactamente de qué hablamos. Es más, confunde. Porque solo ante una confusión de lo que implica esa masa es que algunos analistas se sienten defraudados de que el antifujimorismo no haya cristalizado en algún partido político. Pero ese grupo heterogéneo, más anti-autoritario que anti-fujimorista, no puede convertirse en partido porque es una masa bastante espontánea que reviste todas las características de la misma y no es plausible de convertirse en lo que, Elias Canetti, llamaría más bien una muta: una masa controlada con reglas estrictas.

Se debe tener en consideración las características que el mismo Premio Nobel Elías Canetti utiliza para clasificar a toda masa y de esta manera poder entenderla: 1) la masa siempre quiere crecer y en eso está empeñada esta masa de colectivos y agrupaciones de la sociedad civil más algunos partidos políticos y sindicatos ; 2) en el interior de la masa reina la igualdad, por eso mismo, solo la masa es antiautoritaria por definición; 3) la masa cobra densidad al momento de la “descarga”, esto es, cuando todos los pertenecientes a la masa dejan su individualidad y se entregan a ella y eso solo se produce en momentos claves; 4) la masa requiere una dirección, no en el sentido de liderazgo sino en el sentido de vector, es decir, necesita moverse hacia algún lado. Ese movimiento puede ser el de la movilización o el de la elección del “mal menor” con lo cual, la masa se liquida. Y ese es su problema.

Por eso mismo, porque es imprescindible el debate de lo político para hacer la política, debemos discutir ampliamente sobre el “mal menor” y la realpolitik y el rol que ambos juegan para esta Masa Insumisa. Sería un punto fundamental que han abierto ya algunas agrupaciones políticas (FA) así como algunos analistas y columnistas (Ubilluz, De Echave).

Personalmente estuve organizando la marcha Fujimori nunca más en 2011, así como Keiko no va en 2016 y he participado activamente, desde 1992 en adelante, en cuanta movilización, manifestación, organización crítica, en contra de la visión que llego al Perú con el fujimorismo, que he descrito líneas arriba y que podría resumirse como una visión que apuesta por el caudillo como “solucionador” de problemas nacionales. Luchar en contra de esta manera de entender la política y lo político, ¿es anti-fujimorismo o búsqueda de una mayoría de edad de los peruanos para dejar de ser un país adolescente y tutelado?, ¿qué otro nombre debe tener?, ¿esta Masa Insumisa podrá convertirse en algún momento en la muta de un nuevo tipo de organización social? El tiempo lo dirá. Mientras tanto la masa aspira a crecer en las calles este #11E y a buscar un vector que evite la normalización de su actuar y potencie su fuerza indignada.

* Versión ampliada de la Kolumna Okupa de esta semana en el diario La Republica

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