El mejor camino que hoy podemos encontrar es tener un territorio propio y autogobernarse – Raúl Zibechi
Entrevista para Diario UNO y El Gran Angular.
¿Por qué y cómo es que se cambia el mundo desde arriba?
Las élites, tanto de derecha como de izquierda, siempre han tenido la tentación de operar desde arriba. Creen que la forma de ver y de transformar cualquier aspecto de la vida es desde el aparato estatal, desde los poderes jerárquicos, ya sean laicos o religiosos. Es una forma ancestral de ver el mundo que nace con la historia de la humanidad.
¿Cuáles son los límites de esto?
El principal límite de esa forma de actuar es que es un modo de imposición de los cambios, sean conservadores o progresistas, regresivos o incluso que se proponen ser emancipatorios. Por definición, la emancipación no puede venir de arriba, de un decreto, o de una decisión gubernamental, proviene de la interacción cotidiana entre los seres humanos. Cuando se ordena el bien desde arriba, aunque a veces parece que las personas lo apoyan, termina siendo una imposición y naturalmente las personas resisten las imposiciones.
En el sentido del progresismo que ha sido incrustado por las izquierdas de Latinoamérica, ¿cuál sería su mayor crítica?
La década y media de progresismo que hemos tenido en América Latina no ha producido cambios estructurales. Mejoró la situación de los más pobres a través de transferencias monetarias y de políticas focalizadas contra la pobreza en la línea del Banco Mundial, pero no consiguieron ni se propusieron tocar la riqueza, hacer una reforma urbana para que la ciudad tenga un acceso más igualitario, no hicieron reformas agrarias, ni impositivas, no tocaron los grandes privilegios. Al no hacerlo cuando la coyuntura económica favorecía, han caído los precios de las commodities y las materias primas, y volvemos a una situación de ajuste, de reducción del gasto y, por lo tanto, de limitación de esas políticas. La única forma que hay para empezar a combatir las desigualdades reales es afectar a la riqueza y no hay la menor intención de hacerlo porque sería desatar un conflicto social que los progresismos están lejos de desear.
Tampoco están preparados…
No están preparados política ni anímicamente porque lo que han querido es instalarse en el gobierno, en los cargos altos, y desde allí gestionar el Estado sin transformarlo.
¿Cuál ha sido el lugar de los movimientos sociales en estos últimos años? ¿Cómo cambiar el Estado y el mundo desde abajo?
El Estado, primero que nada, es una herencia colonial que, como planteaba Aníbal Quijano, se construyó sobre la base de la desigualdad étnico-racial, sexual, etcétera. Ese Estado colonial se ve reforzado por un modelo extractivo que no hace más que generar profundización de los rasgos autoritarios y coloniales del Estado con nuevos autores como el narcotráfico y la corrupción que se incrustan en el viejo Estado colonial. Entonces, lejos de una democratización estamos caminando hacia Estados cada vez más autoritarios. En el Perú, la corrupción y la podredumbre del aparato estatal no dependen de tal o cual presidente. Puede que haya alguno que pueda empeorar o mejorar las cosas un poco, pero el núcleo, que es un Estado corrupto, colonial, opresivo, no cambia en función de quién sea el gobernante.
La única forma de cambiar el mundo es desde la sociedad. ¿Cómo cambian el mundo los movimientos? Puedo dar dos ejemplos, uno muy claro son las mujeres. Cualquiera puede consultar con su abuelita cómo vivían las mujeres hace cincuenta o sesenta años y cómo viven hoy. Ese cambio en el lugar de las mujeres en la sociedad no se debe a un decreto o a una nueva legislación, sino se debe a que las mujeres empezaron a cambiar su actitud y adquirir fuerza, autoestima, orgullo de ser mujeres, desde la cocina de la casa, hasta el espacio público y las instituciones como el Parlamento, en todo lo que es la vida privada, la escuela, el barrio, la plaza, la familia, el trabajo, el mercado, las mujeres han ido adquiriendo una autoestima muy grande, eso que se llama “empoderamiento”. ¿Y cómo lo han hecho? Pues haciéndolo. Al principio, hace treinta años, las pocas mujeres que se atrevían a hablar en voz alta eran miradas como algo extraño. Hoy son un actor fundamental en el mundo, y ya nadie puede dudar que los movimientos de mujeres están cambiando el mundo. El otro actor que ha hecho más o menos el mismo proceso en el mismo tiempo son los pueblos indígenas. Se revaloriza su cultura, su identidad, y los empezamos a ver de otra manera. Son dos ejemplos muy claros de cómo se cambia el mundo desde la sociedad.
Estamos en un nuevo contexto después de quince años de progresismo, ¿cómo ve el escenario político en donde el conservadurismo y el extractivismo están empoderados?
Veo un escenario muy complejo por muchas razones. Una, en el mundo aparece un debilitamiento de los Estados Unidos con figuras como Trump, que revela la crisis y la falta de norte del país, con una emergencia fuerte de Asia y de China como actor fundamental, que ya se venía hablando hace una década, pero hoy es más claro. Tenemos potencias como la Unión Europea que no aciertan a cómo ubicarse en este mapa con un conflicto serio con Rusia, y en América Latina hubo un periodo en el cual una gran parte de las élites políticas, incluso económicas, aspiraron a tener cierta autonomía de los Estados Unidos, no obstante, pasaron a no saber realmente dónde se posicionan, porque, aunque algunos miran con cercanía a Estados Unidos, qué sería de nuestros países si no exportaran a China, a donde va el grueso de nuestra producción.
Lo que tienen muy claro las élites es que los pueblos son un peligro, entonces se han vuelto más conservadoras, intolerantes y autoritarias. Ya nadie duda que hay una triple alianza entre empresarios, el narcotráfico y el aparato estatal. El narcotráfico está trenzado con una parte fundamental del aparato estatal: los aparatos armados y la Justicia. Para el narcotráfico es muy importante el territorio porque es en donde hacen sus negocios, así también el control de los puertos y los aeropuertos. En México hay un dicho de que los narcos dicen “nosotros apoyamos a cualquier partido que gane, de derecha, de izquierda, no nos importa, pero el jefe de policía lo nombramos nosotros”. Esa es una línea roja que el narcotráfico no permite que se pase, pero a su vez empieza a trabajar en defensa de los grandes emprendimientos minero-energéticos y a tener alianzas con las iglesias evangélicas y pentecostales. Hoy estamos ante una reconfiguración de los poderes con esta fuerza que ha adquirido el narcotráfico y eso lo lleva a una actitud cada vez más antipopular. Lo que todos tienen claro, pentecostales, empresarios, narcos y aparato estatal, es que los sectores populares hay que mantenerlos esclavizados y como en la vieja hacienda, a raya, fuertemente controlados. Estamos llegando a un nuevo tipo de Estado profundamente autoritario, se puede votar, pero democracia, eso no existe.
Desde los pueblos indígenas se plantean los gobiernos autónomos, ¿cree que es una alternativa para luchar contra el narcotráfico, la tala indiscriminada, y la violencia estatal?
El caso de las autonomías Wampís, por ejemplo, yo creo que sí, pero con un par de características. Una, creo que el mejor camino que hoy podemos encontrar es el tener un territorio propio y autogobernarse controlando ese territorio. Si el Estado o algún gobierno nacional, regional o municipal nos apoyara en esa autonomía, sería maravilloso. Lo segundo es que no hay camino sin conflicto. Al mantener un control territorial, no solo de las empresas, sino del narcotráfico y demás negocios ilegales, evidentemente va a haber conflicto. No queremos que sea un conflicto violento y para eso apostamos a la masividad de la organización comunitaria y social para enfrentarlos.
Exactamente como se ha hecho en Conga, Máxima Acuña y todas las personas y comunidades que la han rodeado han conseguido, en los hechos, paralizar Conga sin disparar un tiro, sin tener armas, con la masividad. Ahora, esto es un proceso muy difícil, muy lento y que requiere la convicción y la decisión comunitaria. No de un líder, un partido, ni de una comunidad, sino de un conjunto, porque solo la masificación de las resistencias puede permitir que estas autonomías y que los movimientos sean respetados. No alcanza con una manifestación o varias manifestaciones. Hace falta algo mucho más enraizado en la tierra, por eso hablamos de comunidad, porque la comunidad es la que está en el territorio. Y la comunidad no admite que los partidos la gobiernen, es la decisión asamblearia la que toma las decisiones y la que los sostiene. Ese es un camino que no es teórico, es lo que nos están enseñando los pueblos.
¿Cuál cree que es el punto de encuentro entre la obra de Aníbal Quijano y “Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías”?
Aníbal Quijano ha conseguido formular algunas ideas muy importantes para comprender los movimientos sociales y para potenciar la acción social, ideas sobre la heterogeneidad de nuestros pueblos, de nuestras historias respecto al eurocentrismo, y eso nos lleva a pensar con cabeza propia, sin trasladar ideas del marxismo, el anarquismo, la social democracia o del conservadurismo, ideas europeas, sino a tenerlas en cuenta porque algunas son interesantes, pero en base a nuestras realidades construir lo nuevo. Para poner un ejemplo concreto: la idea del socialismo europeo es que su fuerza motriz era la clase obrera asalariada, pero Aníbal dice “en América Latina no hay solo salario, hay cinco formas de relación laboral”. Una de ellas, la reciprocidad, es fundamental en el mundo andino, el amazónico, e incluso en las ciudades y periferias urbanas, sin reciprocidad no existiría Villa El Salvador.
¿Cómo se construye sociedad, movimiento popular, mundos nuevos, el nombre que le queramos poner, ya no desde el salario sino, por ejemplo, desde la reciprocidad? El salario ha dado origen al sindicato, al partido que interactúa con el Estado. Bueno, ¿qué figuras nacen de la reciprocidad? La comunidad, ¿y qué más? Ahí estamos en un debate que nos tiene que llevar, alumbrados por las ideas de Aníbal Quijano, a crear cosas nuevas. Mariátegui decía “no será copia ni calco lo que luchamos, sino creación, creación heroica”. Entonces, yo creo que José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, y Aníbal Quijano, tres grandes peruanos que dialogan entre sí, van en una misma dirección, no repetir sino crear, buscar en la realidad peruana las llaves de nuestra emancipación.
Versión editada publicada en: http://bit.ly/2wsjjJd
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