Rocio Silva Santisteban * Hugo Blanco

Conocí a Hugo Blanco en los 70, en un programa de televisión llamado “El pueblo quiere saber”, dirigido por una joven y seria Jenny Vásquez Solís. Se trataba de un formato de preguntas cruzadas sobre temas diversos. Esa noche el legendario dirigente campesino cusqueño se presentó con ojotas y un pantalón de drill amarrado con una soga que, a diferencia de los enternados políticos de siempre, causó impacto de inmediato. Mi abuelo, que conocía la historia de Blanco en el Valle de la Convención, me conminó a escucharlo.  Era frontal, directo, no solapaba las preguntas, al contrario, las confrontaba con gran elocuencia. Es que Hugo sabe, como le dijo a su hija Carmen muchos años después, que “el deber de todo revolucionario es ser pedagógico”.
Unos años más tarde, cuando yo cumplí 15, le pedí cargosamente a mi padre que me lleve a la Asamblea Constituyente. Ahí vi a Haya de la Torre, a Luis Alberto Sánchez, pero también nuevamente a Hugo Blanco y otro dirigente troskista de gran personalidad, Ricardo Napurí. El debate, a pesar de ser tenso, tenía un alto nivel de argumentación. En el aire se respiraba un gran respeto por el oponente, con quien se disentía de manera racional y hasta cortés. Blanco era apasionado y terco, pero siempre con los modales de los campesinos cusqueños, escuchando atentamente al otro, para después rebatir. Hoy, a los 82 años, Hugucha Blanco, el niño mestizo hijo de acomodados burgueses, que optó por convertirse, a la manera de Arguedas, en un indio como los demás de Paruro, ha publicado sus memorias en “Nosotros los indios” bajo la edición del PDTG, Lucha indígena y el Centro Bartolomé de las Casas del Cusco.
Blanco escribe muy bien: sus cartas, sus historias, sus recuerdos, tienen la fascinante marca del sentir quechua, con una ternura nunca encontrada en textos de otros políticos peruanos, excepto en algunas cartas de Vallejo y del propio Arguedas.  Hugo Blanco usa el quechuañol para conceptualizar a la naturaleza como ser vivo y entender que el territorio no es solo “una propiedad” para el indígena sino parte misma de su ser. Por eso, por su insistente lucha por la tierra, Hugo Blanco es uno de los pocos dirigentes de izquierda de los setenta, que hoy ha podido dar un giro significativo hacia otra lucha reivindicativa: por el medio ambiente. Blanco lo resume de manera implacable: “antes luchaba por el socialismo, hoy se trata de la lucha por la supervivencia de la especie”.
En el libro podemos encontrar también al Hugo Blanco que reivindica las luchas feministas, aclarando que se trata de combates contra el sistema patriarcal y machista, no contra los varones. En esa misma lógica, sostiene que la batalla de los indios debe ser contra el racismo, no contra el blanco o mestizo. Pucallpa, Bagua, Cajamarca, La Convención, las historias del zapatismo en Chiapas y de los mapuches al sur de Chile acompañan la vida de este político peruano que reivindicó como suya la historia de “los escupidos del escupitajo más sucio”. Por eso aún hoy, entre los cerros de Lares, retumba el grito “tierra o muerte: venceremos”.
* Publicado originalmente en La Republica, en base de la presentación de libro en Lima.

Milton Sanchez * Hugo Blanco, El Celendino

Iniciamos la Gran Marcha Nacional del Agua en la laguna Cortada, en la provincia de Celendín. Miles de compañeros y compañeras despedían a las delegaciones que, luego de hacer una ceremonia de pago al agua, a nuestras lagunas, nos dirigíamos al encuentro de nuestros hermanos de Bambamarca que hacían lo mismo en la laguna Mamacocha. En el trayecto a Cajamarca me informaron que Hugo Blanco llegaría a esta ciudad para acompañarnos en la marcha hasta la ciudad de Lima.

Lo único que sabía de él es que era un conocido dirigente de izquierda en el Perú, por lo tanto, imaginaba una persona seria, que hablaba del pueblo, la lucha de clases, del proletariado, pero que estaba de acuerdo con proyectos mineros como Conga y que, como muchos de ellos, se sumaron no por lo dañino de este proyecto, sino por lo que políticamente significaba estar fuera de este movimiento.

La marcha crecía en cada pueblo por la que pasaba, la solidaridad se podía sentir y ver en los ojos de miles de personas cuando nos deteníamos a explicar por qué íbamos a Lima, ¡esta gente lucha por su agua!, ¡estamos con ustedes!, nos decían, y nos acompañaban varios kilómetros de nuestro recorrido.

Entre la multitud me señalaron a una persona que calculaba de unos 75 años, de llanques, sudoroso a consecuencia no solo de la extenuante caminata y del intenso calor, sino porque llevaba sobre los hombros una inmensa mochila que contenía aproximadamente 300 ejemplares de la revista Lucha Indígena, en la que se hablaba de las resistencias de diferentes pueblos del Abya Yala. Claramente él no era de las élites, de los burós políticos de los partidos de izquierda que tenemos, pensaba. Esa fue mi primera impresión al verlo.

Cuando Hugo Blanco llega a Celendín, en distintas asambleas contaba su experiencia de lucha, con la que nos sentíamos profundamente identificados, ese “… indios ladrones, sinvergüenzas, vamos a matarlos como a perros”, que los hacendados lanzaban a los campesinos de La Convención y Lares, se repetía reactualizado en nosotros. En Celendín iniciamos la defensa de nuestras lagunas, del agua frente al proyecto minero Conga, no porque éramos una población profundamente ideologizada, roja o comunista, sino porque este proyecto atenta directamente contra nuestra vida, nuestra subsistencia.

Él nos decía que antes luchaba por una sociedad más justa, pero ahora la destrucción de la madre naturaleza es tal, que ahora lucha por la supervivencia de la especie humana. Admiramos en Hugo esa fuerte conexión con la Pachamama, con el mundo indígena, esa misma que en Celendín nos fue arrebatada, reemplazándola por la añoranza a la descendencia española y que nos deja la tarea ineludible de encontrarnos a nosotros mismos para acabar con el capitalismo o este terminará con nosotros.

Hugo Blanco nos visita constantemente y se ha convertido en un verdadero shilico; con sus cerca de 82 años encima, estuvo con nosotros cuidando y vigilando las lagunas a los 4100 msnm, soportando la fuerte lluvia, el viento, el frío, no apoyando, sino porque él es uno de nosotros, buscando no solo la justicia social, sino ahora luchando por preservar la vida, la especie humana, amenazada por el modelo extractivista. Nos reunimos con él, siempre chacchando nuestra hermana coca, compartiendo, escuchando, aprendiendo, motivándonos; y como ocurre siempre en ese espacio íntimo que propicia nuestra hoja sagrada, conocimos la dimensión humana de nuestro tayta Hugo.

La asamblea, deliberando y comprendiendo que la lucha es larga y que tenemos la responsabilidad de incorporar a las nuevas generaciones, decidió crear la escuela de formación política que por unanimidad la llamamos: Escuela Hugo Blanco. Él está en Espinar, él está en Cañaris, él está en Islay, él está con los mapuches, él está con los zapatistas, y por lo mismo, siempre está en Celendín.

* Milton Sanchez Cubas es el coordinador de la Plataforma Interinstitucional Celendina

** el imagen de esta publicación ha sido disenhado por Alvaro Portales

Eduardo Galeano * Hugo Blanco nació dos veces

En el Cusco, en 1934, Hugo Blanco nació por primera vez.

Llegó a un país, Perú, partido en dos.

Él nació en el medio.

Era blanco, pero se crió en un pueblo, Huanoquite, donde hablaban quechua sus compañeros de juegos y andanzas, y fue a la escuela en el Cusco, donde los indios no podían caminar por las veredas, reservadas a la gente decente.

Hugo nació por segunda vez cuando tenía diez años de edad. En la escuela recibió noticias de su pueblo, y se enteró de que don Bartolomé Paz había marcado a un peón indio con hierro candente. Este dueño de tierras y gentes había marcado a fuego sus iniciales, BP, en el culo del peón, llamado Francisco Zamata, porque no había cuidado bien las vacas de su propiedad.

No era tan anormal el hecho, pero esa marca marcó a Hugo para siempre.

Y con el paso de los años, se fue haciendo indio este hombre que no era, y organizó los sindicatos campesinos y pagó con palos y torturas y cárcel y acoso y exilio su desgracia elegida.

En una de sus catorce huelgas de hambre, cuando ya no aguantaba más, el gobierno, conmovido, le envió de regalo un ataúd.

15 noviembre, 2012 – Incluido en la nueva edición de Nosotros los Indios

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Claudia Korol * Cuando el horizonte es un pañuelo

“Escribir ahora… es solo un recurso para retener en mi cuerpo este instante de intensa calma, y para decir: No hay genocida que se pueda salvar de la rabia memoriosa de este pueblo. No hay 2×1 que valga, ni reconciliación posible”.

40 años atrás, en octubre de 1977, algunas madres que se venían reuniendo en la Plaza de Mayo para pedir información sobre sus hijos e hijas desaparecidos decidieron participar de una peregrinación religiosa que organizaba la Iglesia Católica hacia la Basílica de Luján. Era un modo de hacerse ver, de denunciar, en una acción colectiva permitida por la dictadura. Pero… ¿cómo encontrarse entre la multitud? Alguien propuso que se pusieran en la cabeza, un pañal de sus hijos. No había entonces pañales descartables, y las madres solían guardar cuidadosamente el primero que habían usado sus niños y niñas. Ese pañal como pañuelo blanco, el recuerdo de sus niños o niñas recién nacidos, se fue volviendo con el tiempo símbolo y contraseña. Un modo de reconocerse.

Pasaron desde entonces muchos jueves, siempre en la Plaza de Mayo. Algunas Madres quedaron  sembradas en el territorio de la cita de los jueves. Sus huellas para siempre en la Plaza… y en nuestras conciencias. 40 años después, el pañuelo vuelve a ser contraseña para el encuentro. (Me imagino que en los próximos siglos se leerá en los diccionarios: “Pañuelos blancos: contraseña de un pueblo con memoria”). El 10 de mayo del 2017, las Madres, los Hijos/as de desaparecidos/as, las Abuelas, los nietos/as, los ex detenidos desaparecidos/as, las ex presas y los ex presos de la dictadura, quienes regresaron de los exilios internos y externos, la generación sobreviviente compañera de los/las 30.000… y tantas y tantos, nos encontramos con una incontenible emoción, en una marea de gestos cómplices, abrazos, palabras y silencios. ¿Medio millón de personas en la Plaza de Mayo y todas las Avenidas que llegan a ella? ¿Otro medio millón o más en el resto del país? 30 veces 30.000… y más.

Fue difícil llegar y difícil irse. Pero todo se hizo con un cuidado y una energía que se transmitía por los ojos, la voz, la mirada. El subte desbordaba de gente que cantaba: “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Seguramente nadie de quienes cantábamos la consigna conocida sacaba cuentas en ese momento, de que un día antes, el 9 de mayo, se habían cumplido 72 años de la derrota del nazismo, esa serpiente que dejó sus huevos en tantas partes, incluido el Ejército argentino. Paradojas de la historia. Pensé en Bertold Brecht y su Oda de la Dialéctica. “¡Quién aún esté vivo no diga jamás! / Lo firme no es firme./ Todo no seguirá igual. / Cuando hayan hablado los que dominan,/ hablarán los dominados”. Pensé a Walter Benjamin invitándonos a “peinar la historia a contrapelo”. Pensé a Rosa Luxemburgo, escribiendo la noche anterior a ser asesinada: “‘¡El orden reina en Varsovia!’, ‘¡El orden reina en París!’, ‘¡El orden reina en Berlín!’, esto es lo que proclaman los guardianes del ‘orden’ cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos ‘vencedores’ no se percatan de que un ‘orden’ que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha inevitablemente hacia su fin”. Todo eso pensé… como ejercicios de evasión del subterráneo,  donde aun ahogándonos del apretón seguíamos cantando: “Como a los nazis, les va a pasar”…

Salí del subte como parte de un río cantarín. Con alivio respiré el aire frío de la calle. Sentí el gusto ya conocido de caminar por la ciudad de Buenos Aires, en los días en que el pueblo la invade y la hace suya. La revuelta de corazones acuerpados me sacudió el alma. Sentí una sensación insolente de poder popular. Temporal, acotado, pero potente. La historia plebeya de nuestro continente tiene esos momentos de rebeldía que encienden luces para andar los caminos.

Llegué sola a la Plaza de Mayo. No lograba encontrarme con mis compas, y sin embargo sabía que estaba acompañada. Había mucha gente desencontrada por todos lados, que tomaba el desencuentro con una sonrisa. Lo comentaban con los vecinos de plaza, en donde de nuevo lo único que se sentía era un cerrado apretujón. Había algo único y casi solemne en la jornada. Abuelas/os, Madres, hijos/as, nietas/os, bisnietos/as. Distintas generaciones nos aunamos para escribir una misma historia. En un ritual invisible, vimos como de generación en generación, se pasaba la posta. Una posta de sueños, de proyectos, de exigencia hacia nosotros y nosotras. Porque no siempre podremos esperar que las Madres nos convoquen, para andar unidos los tramos necesarios. Pasar la posta es crecer como pueblo junto a ellas, que nos regalan esta Plaza en la que milagrosamente el 2×1 pareciera caerse a pedazos… al tiempo que cae la credibilidad social en los supremos jueces que lo decretaron. La Corte de la infamia, que ya tambalea a poco de dar el zarpazo.

Charquitos de lágrimas se formaban a medida que nos reconocíamos quienes nunca nos habíamos visto, pero vibrábamos emociones semejantes. Quienes ayer y seguramente mañana continuaremos disputando proyectos políticos diferentes y hasta opuestos, pero que sentimos la importancia de pararles la mano al poder de los fachos, de contragolpe… Y supimos hacerlo.  “A dónde vayan los iremos a buscar”.

Muchos carteles escritos a mano nos conmovían. Como el que levantaba un muchachito muy serio y muy solo. “Son 30.000. Uno de ellos es mi abuelo, que lo llamaban el Negro”. Miles de homenajes íntimos como éste escriben la historia de un pueblo.

En un momento me asaltó un sentimiento que me dio al mismo tiempo orgullo y vergüenza. “Me siento feliz de ser argentina en este rato”. Después de años de cultivar con fuerza y ternura el internacionalismo, de creer y querer un mundo sin fronteras, el bichito argentino me picó… y me rasqué con gusto. Sentí el temor, el riesgo de confundirme en un relato burdamente nacionalista. Me miré con severidad… Me perdoné. Supe que no era el caso. Que inmediatamente, nuestro andar de pueblo se entregaría a la memoria colectiva de Nuestra América, como quien devuelve un poquito de lo mucho que nuestros hermanos pueblos nos han enseñado en tantos siglos de resistencias indígenas, campesinas, obreras, populares. Cuba, Venezuela, Bolivia, los pueblos de Centro América, las tantas revoluciones en los tantos rincones del Abya Yala. Como en una película desfilaban pueblos y compañeras/os. Les dije en voz baja para que me escuchen entre tanto griterío: “Acá va un soplo de oxígeno, desde el sur del mundo”.

El escenario dejó de ser el lugar del allá arriba. La escena era la Plaza, las calles, las miradas. La desconcentración fue lentísima. Duró horas. Mientras tanto, comenzaron a girar las imágenes y relatos, prolongando lo vivido. Los bares llenos de gente que cantaba, que reía, que continuaba los abrazos.

Escribir ahora… es solo un recurso para retener en mi cuerpo este instante de intensa calma, y para decir: No hay genocida que se pueda salvar de la rabia memoriosa de este pueblo. No hay 2×1 que valga, ni reconciliación posible.

El horizonte, ahora, es un pañuelo blanco.

Nuestro camino, el de todos los días: organizar la rebeldía.

* Texto publicado originalmente en Marcha.org.ar

 

Raúl Zibechi * La era de la ingobernabilidad en América Latina

La desarticulación  geopolítica global se traduce en nuestro continente latinoamericano en una creciente ingobernabilidad que afecta a los gobiernos de todas las corrientes políticas. No existen fuerzas capaces de poner orden en cada país, ni a escala regional ni global, algo que afecta desde las Naciones Unidas hasta los gobiernos de los países más estables.

Uno de los problemas que se observan sobre todo en los medios, es que cuando fallan los análisis al uso se apela a simplificaciones del estilo: Trump está loco, o conjeturas similares, o se lo tacha de fascista (que no es una simple conjetura). Apenas adjetivos que eluden análisis de fondo. Bien sabemos que la locura de Hitler nunca existió y que representaba los intereses de las grandes corporaciones alemanas, ultra racionales en su afán de dominar los mercados globales.

Del lado del pensamiento crítico sucede algo similar. Todos los problemas que afrontan los gobiernos progresistas son culpa del imperialismo, las derechas, la OEA y los medios. No hay voluntad para asumir los problemas creados por ellos mismos, ni la menor mención a la corrupción que ha alcanzado niveles escandalosos.

Pero el dato central del periodo es la ingobernabilidad. Lo que viene sucediendo en Argentina (la resistencia tozuda de los sectores populares a las políticas de robo y despojo del gobierno de Mauricio Macri) es una muestra de que las derechas no consiguen paz social, ni la tendrán por lo menos en el corto/mediano plazos.

Los trabajadores argentinos tienen una larga y rica experiencia de más de un siglo de resistencia a los poderosos, de modo que saben cómo desgastarlos, hasta derribarlos por las más diversas vías: desde insurrecciones como la del 17 de octubre de 1945 y la del 19 y 20 de diciembre de 2001, hasta levantamientos armados como el Cordobazo y varias decenas de motines populares.

En Brasil la derecha pilotada por Michel Temer tiene enormes dificultades para imponer las reformas del sistema de pensiones y laboral, no sólo por la resistencia sindical y popular sino por el quiebre interno que sufre el sistema político. La deslegitimación de las instituciones es quizá la más alta que se recuerda en la historia.

El economista Carlos Lessa, presidente del BNDES con el primer gobierno de Lula, señala que Brasil ya no puede mirarse al espejo y reconocerse como lo que es, perdido el horizonte en el marasmo de la globalización (goo.gl/owd24y). El aserto de este destacado pensador brasileño puede aplicarse a los demás países de le región, que no pueden sino naufragar cuando las tormentas sistémicas acechan. En los hechos, Brasil atraviesa una fase de descomposición de la clase política tradicional, algo que pocos parecen estar comprendiendo. Lava Jato es un tsunami que no dejará nada en su sitio.

El panorama que ofrece Venezuela es idéntico, aunque los actores ensayen discursos opuestos. De paso, decir que atender a los discursos en plena descomposición sistémica tiene escasa utilidad, ya que sólo buscan eludir responsabilidades.

Decir que la ingobernabilidad venezolana se debe sólo a la desestabilización de la derecha y el imperio, es olvidarse que en la prolongada erosión del proceso bolivariano participan también los sectores populares, mediante prácticas a escala micro que desorganizan la producción y la vida cotidiana. ¿O acaso alguien puede ignorar que el bachaqueo (contrabando hormiga) es una práctica extendida entre los sectores populares, incluso entre los que se dicen chavistas?

El sociólogo Emiliano Terán Mantovani lo dice sin vueltas: caos, corrupción, desgarro del tejido social y fragmentación del pueblo, potenciados por la crisis terminal del rentismo petrolero (goo.gl/DW8wkQ). Cuando predomina la cultura política del individualismo más feroz, es imposible conducir ningún proceso de cambios hacia algún destino medianamente positivo.

En suma, el panorama que presenta la región –aunque menciono tres países el análisis puede, con matices, extenderse al resto– es de creciente ingobernabilidad, más allá del signo de los gobiernos, con fuertes tendencias hacia el caos, expansión de la corrupción y dificultades extremas para encontrar salidas.

Tres razones de fondo están en la base de esta situación crítica.

La primera es la creciente potencia, organización y movilización de los de abajo, de los pueblos indios y negros, de los sectores populares urbanos y los campesinos, de los jóvenes y las mujeres. Ni el genocidio mexicano contra los de abajo ha conseguido paralizar al campo popular, aunque es innegable que afronta serias dificultades para seguir organizando y creando mundos nuevos.

La segunda es la aceleración de la crisis sistémica global y la desarticulación geopolítica, que pegó un salto adelante con el Brexit, la elección de Donald Trump, la persistencia de la alianza Rusia-China para frenar a Estados Unidos y la evaporación de la Unión Europea que deambula sin rumbo. Los conflictos se expanden sin cesar hasta bordear la guerra nuclear, sin que nadie pueda imponer cierto orden (aún injusto como el orden de posguerra desde 1945).

La tercera consiste en la incapacidad de las élites regionales de encontrar alguna salida de largo aliento, como fue el proceso de sustitución de importaciones, la edificación de un mínimo estado del bienestar capaz de integrar a algunos sectores de los trabajadores y cierta soberanía nacional. Sobre este trípode se estableció la alianza entre empresarios, trabajadores y Estado que pudo proyectar, durante algunas décadas, un proyecto nacional creíble aunque poco consistente.

La combinación de estos tres aspectos representa la tormenta perfecta en el sistema-mundo y en cada rincón de nuestro continente. Los de arriba, como dijo días atrás el subcomandante insurgente Moisés, quieren convertir el mundo en una finca amurallada. Probablemente, porque nos hemos vuelto ingobernables. Tenemos que organizarnos en esas difíciles condiciones. No para cambiar de finquero, por cierto.

Raúl Zibechi es investigador y periodista uruguayo, y colaborador del Tejiendo Saberes-PDTG.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/04/28/opinion/018a1pol

Paul E. Maquet * Cuidado con la «doctrina del shock»

La «doctrina del shock» hace referencia a una idea tempranamente promovida por el fundador del neoliberalismo (esa versión extrema del liberalismo económico), Milton Friedman. Friedman señalaba que «solo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero», y alentaba a sus seguidores a aprovechar esos momentos para lograr que «lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable». Cuando ocurrió el megadesastre producto del Huracán Katrina (2005), un ya anciano Friedman escribió: «La mayor parte de las escuelas en Nueva Orleans están en ruinas. Esto es una tragedia. También es una oportunidad para emprender una reforma radical del sistema educativo», en el sentido de su privatización.

Fue la canadiense Naomi Klein quien investigó y sistematizó décadas de «doctrina del shock», mostrando que ésta había sido usada en circunstancias tan diversas como la reconstrucción de Irak tras la invasión norteamericana o el tsunami en Sri Lanka el año 2004, entre otras. Esta doctrina «orienta los procesos de reconstrucción implementados como respuesta tanto a los efectos de intervenciones militares como a desastres naturales de distinto tipo, abriendo «apetitosas oportunidades de negocio» a los agentes, defensores y promotores del «capitalismo del desastre».», como lo denomina Klein. El objetivo: aprovechar la oportunidad para desmantelar el Estado y la lógica del bien común, y promover a nivel global el modelo de desarrollo neoliberal1.

Hoy día en el Perú, ¿estaremos presenciando una nueva arremetida de este «capitalismo del desastre» para promover reformas que en otra circunstancia merecerían mayor debate y probablemente oposición social? A la luz de la experiencia, cabe observar con atención el rol que asuma la denominada Autoridad de Recostrucción con Cambios y las decisiones del gobierno en este conexto.

Lo primero que llama la atención es que esta Autoridad cuenta en su Directorio con la presencia de cuatro ministerios (MEF, Transporte, Agricultura y Vivienda) pero excluye al Ministerio de Ambiente, que como es evidente cumple un rol clave en lo que se refiere a amenazas climáticas. El MINAM debería tener voz y voto en la definición de los famosos «cambios» que incluya la reconstrucción, toda vez que es la autoridad responsable de las políticas de adaptación frente al cambio climático.

Más aún: la Ley de creación de esta Autoridad plantea un enfoque de «desarrollo sostenible» que supuestamente «considera la gestión de riesgos frente al cambio climático, (…) el uso eficiente de la energía, la gestión integral de los residuos sólidos y el tratamiento de aguas residuales, (…) la prevención y reducción de riesgo de desastres». ¿Quién sino el MINAM es el organismo idóneo para garantizar este enfoque? No se entiende su exclusión, salvo a la luz de una voluntad política -evidente en otras decisiones recientes- de reducir la importancia de este Ministerio en el conjunto del Estado.

En segundo lugar, es discutible el perfil de la persona elegida para cumplir con tan importante encargo: el empresario Pablo de la Flor. Como recuerda Tania Herrera en un artículo para el portal Disonancia, «en su cargado CV, donde resalta el perfil de un infatigable promotor de las inversiones privadas, no hay rastros de experiencia en ordenamiento territorial ni en mitigación de riesgos por fenómenos naturales». Por el contrario, lo que encontramos es «amplia trayectoria en beneficio de empresas extractivas (fue vicepresidente de la minera Antamina) y en procesos de negociación de tratados de libre comercio, como el TLC Perú-Estados Unidos». ¿Será este el mejor perfil para impulsar cambios en la gestión sostenible del territorio? ¿O se estará cometiendo, nuevamente, el mismo error de concepto que llevó a Julio Favre a la presidencia de FORSUR tras el terremoto en Ica?

Un punto poco claro es el de «obras por terrenos». La Ley de Recostrucción con Cambios señala que «la inversión privada en el encauzamiento y escalonamiento de ríos que genere tierras aprovechables, puede ser reconocida, de acuerdo a las condiciones y modalidades de retribución o compensación para el inversionista». Esta nueva modalidad se viene a sumar a otros dos esquemas que fomentan el retroceso del rol del Estado: las asociaciones público-privadas y las obras por impuestos. Preocupa además que esto pueda tener impacto en el proceso en curso de concentración de la propiedad de la tierra en manos de grandes inversionistas, particularmente en la costa.

Uno de los puntos importantes de la Ley es la prohibición del asentamiento de viviendas en zonas declaradas como de «alto riesgo no mitigable» así como la prohibición a funcionarios o entidades prestadoras de servicios públicos de reconocer posesión o instalar servicios en las mismas. En la medida en que esto desincentive el crecimiento urbano en zonas vulnerables, este es un paso necesario. Sin embargo, al no brindar alternativas de vivienda reales para la población, será muy difícil cumplir a cabalidad con ello, pues las personas no se asientan en zonas de riesgo porque deseen hacerlo, sino por la ausencia de alternativas accesibles. La Ley sólo menciona como mecanismo el Bono Familiar Habitacional, que existe desde hace años y como es evidente no ha solucionado el problema.

En paralelo a la reconstrucción, el Gobierno viene tomando una serie de medidas que significan un retroceso en el ordenamiento territorial y que favorecerían una lógica más vinculada a los intereses económicos que a la participación ciudadana o a la sostenibilidad ambiental. El nuevo reglamento de organización y funciones (ROF) del MINAM le quita el rol rector en el ordenamiento territorial, lo que deja en el aire los procesos de zonificación y ordenamiento de muchas regiones que ya estaban en marcha, procesos que han contado con diversas etapas de consulta y diálogo local con participación de la ciudadanía. Todo indica que este rol será ahora asumido por el flamante viceministerio de Gobernanza Territorial, adscrito a la PCM y conducido por el empresario minero Javier Fernández-Concha.

Sin duda, la reconstrucción no puede ser «volver a construir» lo mismo y bajo las mismas lógicas. Todos estamos de acuerdo en que se requiere una reconstrucción con cambios: cambios que deben orientarse hacia la prevención, la adaptación y mitigación del cambio climático, la planificación y el ordenamiento territorial, la participación social y la sostenibilidad ambiental, poniendo en el centro el bien común y el interés público. Estemos atentos ante la posibilidad de que, siguiendo la «doctrina del shock», se pretenda utilizar esta tragedia nacional para impulsar una agenda subalterna.


Paul Maquet trabaja en CooperAcción, y es colaborador del Tejiendo Saberes-PDTG. El articulo fue publicado originalmente en la pagina Web de CooperAcción.

(1) http://revistainvi.uchile.cl/index.php/INVI/article/view/522/541

Tania Herrera * La mesa está servida. El Niño Costero como excusa neoliberal

El pasado 29 de abril se publicó en El Peruano la Ley Nº30556 que aprueba disposiciones de carácter extraordinario para las intervenciones del gobierno nacional frente a desastres y que dispone la creación de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios. Una semana después se anunció la designación de Pablo de la Flor –quien ahora tiene rango de ministro– como director de esta nueva institución. Con apoyo de la mayoría fujimorista en el Congreso, el Ejecutivo encadena una serie de medidas que sugiero revisar, por lo pronto, desde tres ángulos: (1) el papel que juegan los fenómenos naturales en la producción capitalista del espacio, (2) la avasalladora reconcentración de competencias en manos del Estado y (3) los límites del discurso a favor de la planificación.

Los fenómenos naturales y la producción capitalista del espacio

Justamente porque la producción del espacio es un fenómeno social –realidad histórica–, el espacio no es inocente. Es al mismo tiempo resultado y germen de contradicciones que se materializan desigualmente (Santos, 2000). Por eso mismo, el espacio es una síntesis provisional que puede renovarse por la acción social. La ocurrencia de fenómenos naturales, como lluvias intensas o movimientos sísmicos, abre la posibilidad de corrección de contradicciones del espacio y en el espacio. Más allá de las pérdidas humanas y altos costos por los daños en la infraestructura pública y privada, estos hechos también abren ventanas para la experimentación de medidas que permitan lograr una justa redistribución de los recursos en beneficio de los territorios afectados. La destrucción de viviendas que se construyeron en zonas de alto riesgo justifica la pronta reubicación de las familias afectadas y la movilización, con carácter de urgencia, de recursos públicos suficientes para que los afectados consigan un lugar seguro donde residir. Así, estos eventos abren la posibilidad de realizar transformaciones de tipo estructural que marchen en un horizonte de justicia social. La contraparte de las políticas estructurales (como la construcción de vivienda social para las personas más pobres) son las medidas de urgencia que, lejos de resolver el problema radicalmente, responden con efímeras intervenciones de carácter paliativo. Estas son necesarias ante la ocurrencia de un fenómeno natural, pero deben ir acompañadas de transformaciones radicales.

Nadie parece estar en contra de la reconstrucción. ¿Cuánto importa la reducción de vulnerabilidades –sociales– y la prevención de desastres a futuro? El ejecutivo parece movilizar el tema de la mitigación de riesgos como una excusa. En la Ley Nº30556 el objetivo es el crecimiento económico y la gestión de riesgos aparece, a manera de enfoque, como añadidura. Después del rol humanitario jugado por los ministros, toca la entrada en escena del Estado empresarial. El primero, sin duda, legitima al segundo: dos caras de la misma moneda. Así, el Niño Costero es una excusa para la dinamización de capital. Si no fuera así, tendríamos como director de la Autoridad a un especialista en el Fenómeno El Niño, a alguien con experiencia en ordenamiento territorial. Pero antes que a un especialista en reducción de vulnerabilidades se eligió a un Chicago boy con amplia trayectoria en beneficio de empresas extractivas (fue vicepresidente de la minera Antamina) y en procesos de negociación de tratados de libre comercio, como el TLC Perú-Estados Unidos. Y en su cargado CV, donde resalta el perfil de un infatigable promotor de las inversiones privadas, no hay rastros de experiencia en ordenamiento territorial ni en mitigación de riesgos por fenómenos naturales. ¿De qué cambios estamos hablando?

Reconcentración de competencias en manos del Estado

Muchos ven con buenos ojos la decisión de concentrar, en manos del Ejecutivo, la tarea de la reconstrucción. El argumento es, naturalmente, la inminente corrupción que se da a escala regional y local. La respetabilidad (Young, 2000) de la que goza el presidente Kuczynski y el círculo de poder inmediato a él –mujeres y hombres blancos, elegantemente vestidos– sustentan la imagen de un gobierno tecnócrata y eficiente. El centralismo camuflado en el que nos encontramos, todavía, se refuerza con discursos deslegitimadores de los gobiernos locales, tildándolos de corruptos, incapaces e ineficientes. Con esto no quiero eclipsar los actos de corrupción que seguramente existen en los gobiernos locales y regionales, pero claramente hay experiencia de múltiples cocinados de grupos de presión en petit comité a escala del Ejecutivo también. Recordemos que, Salvo Félix Moreno, todos los implicados en el caso Odebrecht estuvieron vinculados a este poder.

Hay que defender la escala municipal. Los gobiernos locales pueden resultar más permeables a la formulación de reivindicaciones ciudadanas. Las contradicciones vividas pueden ser más rápidamente visibilizadas y atendidas por políticas públicas a escala local. La re-concentración de poder en manos del Estado apunta directamente al carácter participativo de los proyectos y a los procesos territoriales ya en marcha. Representa una amenaza a la autodeterminación, un ninguneo a los difíciles avances que sí existen en materia de preservación de los ecosistemas. Por poner un ejemplo, una afrenta a la autodeterminación es la progresiva reducción del presupuesto para los municipios, a los que en los últimos años se les empuja salvajemente a privatizar servicios públicos. Esta reducción de presupuesto afecta a los municipios más pobres, los que ven limitadas sus posibilidades de realización de obras en beneficio de proyectos productivos (generalmente vinculados a actividades agropecuarias). Los costosos avances en cultura de gestión de riesgos y preservación de ecosistemas se tambalean ante los discursos hostiles a la eficiencia de los gobiernos locales. La cultura de planificación no se fortalecerá con un Estado que re-concentre competencias y desplace protagonismo a las autoridades locales.

Los límites del discurso a favor de la planificación

La planificación ha pasado de ser una mala palabra (muestra de un exceso de intervención gubernamental) a erigirse como lo que naturalmente debe hacerse en miras a un aprovechamiento racional de los recursos, aunque generalmente se la asocia a proyectar hasta dónde crecerá la mancha urbana, qué infraestructura irá dónde y cosas por el estilo. Sin embargo, la previsión de infraestructura no garantiza la reducción de desigualdades, como tampoco garantiza una adecuación a las demandas territoriales. De hecho, hoy se planifica de manera centralizada, con poca o nula participación de la población –y no precisamente a causa de desinterés ciudadano–, con objetivos de crecimiento económico (énfasis cuantitativo, como enriquecimiento de unos pocos) antes que de desarrollo (énfasis cualitativo, como expansión de capacidades humanas). Por eso es inconsistente que, desde una pretendida posición progresista, se defienda la planificación augurando las garantías a la reducción de contradicciones espaciales.

Los abanderados de la planificación son los organismos internacionales como las Naciones Unidas, cuyos grupos de expertos (en temas urbanos, de movilidad, de seguridad alimentaria, etc.) están espacialmente distribuidos, en el norte y sur global, fomentando recetas, buenas prácticas y experimentos que permitan la continuidad del sistema capitalista y un añorado enriquecimiento en modo automático. El desplazamiento de las crisis será, en buena medida, condicionado por las intervenciones de los think tanks globales y sus recomendaciones sobre dónde y cómo inyectar capitales gracias al discurso de la planificación. De ahí la importancia de la promoción de proyectos de infraestructura, muchos de ellos reservados para espacios urbanos. El capital –material y ficticio– con el que se harán las obras no es una cuestión de la que debamos pasar ligeramente. En un contexto donde la financiarización de la economía implica flujos inmateriales a lo largo y ancho del planeta, la gran movilidad espacio-temporal del capital (Harvey, 2010) explica su agilidad para escabullirse de explicaciones y rendición de cuentas. Y claro, el Estado es el garante, en última instancia, del endeudamiento público y también del privado. Hemos visto, no sin indignación y arcadas en el vientre, cómo el Fondo Monetario Internacional ha exigido a los gobiernos de Argentina, Grecia y España el rescate a los bancos antes que a su población más afectada. A estas medidas de presión internacional les debemos los  recortes nacionales en servicios de salud, educación, vivienda, justicia y un triste etcétera.

De la Flor tiene un plazo de tres meses para presentar el Plan de reconstrucción, para cuya ejecución se ha anunciado un Fondo de 20 mil millones de soles. Los inversionistas deben estar rondando como moscas alrededor de lo que seguramente serán discretos espacios de negociación, donde promocionarán una jugosa cartera de proyectos a ejecutarse vía alianzas público-privadas. Parece que los estragos de un fenómeno natural son una bendición para un Estado capitalista que, de esta manera, tiene la excusa perfecta para demoler, quitar escombros e inyectar cemento por doquier, vía el endeudamiento y la perfecta excusa de la reconstrucción. El argumento de la urgencia parece acallar pretensiones de contestación y, además, parece haber legitimación desde la academia, pues hasta el momento ninguna universidad ha chistado. Ya pasaron los meses en que vimos al Estado capitalista tomando y repartiendo platos mientras la olla se le desbordaba. Ahora que la mesa está servida, caen las máscaras y empieza la función.

Referencias

Harvey, D. (2010). Géographie et capital. Vers un matérialisme historico-géographique, Paris: Syllepse.

Santos, M. (2000). La naturaleza del espacio: técnica y tiempo, razón y emoción, Barcelona: Ariel.

Young, I. (2000). La justicia y la política de la diferencia, Madrid: Cátedra.

 

Raphael Hoetmer * Cuatro veces Hugo

Conocí a Hugo Blanco en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Los compañeros de Raíz habían organizado un conversatorio sobre los movimientos sociales contra la globalización neoliberal. Yo estaba en la mesa con Hugo y el contraste no podía ser más grande. Yo, un joven activista entusiasta, recién llegado al Perú, con unas cuantas ideas románticas sobre los movimientos sociales y unos prejuicios más o menos coloniales sobre el Perú, iniciando un camino de aprendizaje y transformación. Él: Hugo. Desde allí, nos fuimos encontrando.

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La asamblea final de la IV Cumbre Continental Indígena en Puno se realiza en un ambiente tenso. El discurso cada vez más agresivo del presidente hace sentir que la represión del levantamiento amazónico está cerca. Adentro, distintos líderes y organizaciones disputan el liderazgo y la visibilidad. En la asamblea final, Alberto Pizango da el mejor discurso que escuché de él, llamando a la solidaridad entre pueblos, señalando lo que realmente está en juego en la lucha amazónica: el territorio, la cultura, la vida.

Justo afuera de la entrada del estadio veo a Hugo. Parado detrás de una manta donde están expuestos los números de Lucha Indígena para la venta. Hugo no necesita el estrado. Prefiere vender el periódico, abriendo un espacio para el diálogo directo. Mira a los ojos de quienes se acercan. Nunca hay menos que diez personas alrededor de él. Escucha, contesta, bromea, provoca. La “r” sale redonda y lenta de su boca, como la ola que sube a la playa. Accede a las solicitudes de varias personas de tomarse una foto con él. Le pregunto cómo va la venta. Me dice que va bien, y que es importante poner un precio, aunque sea mínimo a los materiales –al contrario de lo que hacen las ONG- para  que se vea el valor del trabajo, se permita la autogestión y quien compre lo haga conscientemente.

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En el tercer Diálogo de Saberes y Movimientos que organizó el PDTG, Hugo habla sobre el escenario político tras la victoria electoral de Ollanta Humala. Insiste que hay que exigir al Gobierno que cumpla sus promesas, pero no hay que ser ingenuos, son los pueblos los que forjan el cambio. Plantea que la lucha principal en este momento es la defensa del medioambiente, tan amenazado por las transnacionales, y defendido, principalmente, por los pueblos indígenas. Después de su presentación, Gina Vargas lo interpela: “Hugo, me ha gustado tu presentación, pero discrepo sobre una cosa. No creo que haya una lucha principal, esto es caer en los errores de antes. Las mujeres siempre hemos sido relegadas por las luchas principales”. Hugo contesta que él cree firmemente en la justicia de la lucha de las mujeres por decidir sobre sus vidas y cuerpos. Una joven compañera lesbiana replica: “Entonces, lo esperamos el sábado en la Marcha de las Putas en el Centro de Lima”.

El sábado, Hugo marcha, lentamente, pero con convicción, en el medio de una pequeña multitud. Muchxs jóvenes. Hombres, pero más que todo, mujeres con poca ropa puesta. Su mensaje está claro: “Solo nosotras decidimos sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestro futuro”. Hugo está de acuerdo.

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La Marcha Nacional por el Agua fue una apuesta audaz de los cajamarquinos. No se sabía si iban a ser recibidos por los pueblos en el camino hacia Lima. Tampoco si la gente aguantaría, y si en Lima lograrían eco en la sociedad, la política y los medios. Hugo estaba convencido de la importancia de la Marcha. Prácticamente había estado viviendo en Celendín en estos meses, y se había vuelto un hermano mayor para los shilicos. Caminó con la gente, como siempre. Paso por paso. Su cabeza, afectada por
un golpe de policía hace décadas, protegida por un sombrero de paja. Con esa sonrisa eterna en la cara. Sonrisa de la esperanza y de la alegre rebeldía. Hablando en el camino con todos que querían saber algo de él, compartiendo con alegría memorias de sus luchas y de otras.

Nos encontramos en Lima. Lo entrevisto rápidamente. Mi última pregunta: Hugo, ¿por qué a esta edad sigues marchando de esta forma? ¿No has dado ya suficiente de ti al país?”. Hugo contesta: “Si aún estuviera luchando por lo mismo que antes –la justicia social y la tierra- dejaría la lucha a los jóvenes. Pero creo que hoy está en juego la sobrevivencia de mi especie, de la humanidad, y ello me obliga a seguir luchando hasta que termine mi vida”.

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La Plataforma Interinstitucional Celendina llamó a su Escuela de Líderes: Hugo Blanco Galdos. En la primera sesión hay 180 dirigentes provenientes de los distintos distritos de la provincia de Celendín y de otros distritos vecinos. Hay expectativa. La Escuela es importante para fortalecer sus relaciones y crear una agenda más compartida, entre los de arriba y los de abajo. Entre la lucha contra la megaminería y la lucha contra las hidroeléctricas en el río Marañón. También hay expectativa para escuchar a Hugo. Hablar con él. Y efectivamente, Hugo ha venido para compartir y para escuchar. Habla de la lucha por la reforma agraria, de la autodefensa, del Zapatismo y los Nasa, de la necesidad de apoyar la iniciativa de Ni Una Menos en contra de la violencia hacia la mujer. Anima a la gente a hacer su periódico y utilizar la radio. Cada intervención suya encuentra un silencio interesado y un aplauso al final.

En la mística de clausura, las compañeras lideradas por Yeny Cojal representan la cara de Hugo con elementos de la tierra. Le pregunto qué le pareció la Escuela. Me contesta: “Me gustó mucho, porque aprendí mucho de la gente”.

Raúl Zibechi * Auto-criticas feministas y movimientos anti-sistemicos

La vitalidad de un movimiento, como la de cualquier ser vivo, se puede palpar en su capacidad para cambiar, modificar el rumbo, ejercer la crítica y la autocrítica, algo tan olvidado por las viejas izquierdas. Una característica de lo avejentado es la repetición, la inercia y la incapacidad de moverse del lugar elegido.

Este 8 de marzo nos ha deparado enormes movilizaciones, que son la doble consecuencia de la violencia sistémica contra las mujeres y de la persistencia de los movimientos feministas que no se arrugan a la hora de ir contra la corriente, aún siendo pocas en cada movilización. Más de 200 mil manifestantes en Montevideo, ciudad que cuenta con poco más de un millón de habitantes, habla de la extensión notable del movimiento que, para llegar a esa cifra, realizó decenas de actividades y concentraciones pequeñas en los últimos años.

Uno de los hechos más notables fue la difusión de un documento titulado Algunas reflexiones sobre metodologías feministas, emitido por un conjunto de referentes y organizaciones que se reivindican del feminismo descolonial. No tengo la menor intención de inmiscuirme en los asuntos internos del movimiento, sólo pretendo destacar lo que los varones antipatriarcales y los movimientos antisistémicos podemos aprender de un texto que, en su subtítulo, anuncia: a propósito del llamado a un paro internacional de mujeres para el 8 de marzo (goo.gl/rpqvH8).

El documento destaca que los espacios de mujer están haciendo un ejercicio de autocrítica al reconocer su raíz eurocéntrica, las limitaciones de sus agendas y lo problemático de sus estrategias cuando entran en contacto con esos otros mundos que existen en nuestro continente. En suma, los mundos negros, indios y mestizos.

El eje del texto gira en torno a los métodos de lucha, destacando que ellos dicen mucho sobre las bases en que se asienta un movimiento social y tienen además la capacidad de regular los mundos. La crítica/autocrítica gira en torno al llamado a realizar un paro del pasado 8 de marzo. Vale la pena citar largo.

“El paro de actividades ha sido una estrategia que surge dentro del contexto particular de la revolución industrial y la lucha de la clase obrera europea. Un método que logró legitimidad dentro del pacto entre clase obrera y burguesía en los años del Estado de bienestar europeo. El paro como estrategia hace parte de una genealogía de resistencia dentro del mundo de lo humano, aquel constituido por el pleno desarrollo del sistema capitalista”.

El texto nos remite a Frantz Fanon, al destacar la diferencia entre el mundo donde se respeta la humanidad de las personas y el mundo de los sótanos, donde la vida humana no vale nada. Entonces, dice, el problema del paro surge cuando se intenta convertirlo en método universal aplicable a cualquier experiencia histórica. Es evidente que las mujeres (y los varones) de ese mundo no pueden hacer paro, por eso cortan rutas, toman edificios, ocupan tierras.

El documento llama a pensar en las compañeras que no pueden parar, las que por necesidad venderán en la marcha, las que el día de huelga convocada estarán sembrando, cultivando o cocinando el alimento que comeremos las que ese día paramos. La lista sigue e incluye las formas de vida autogestionadas (tianguis por ejemplo), las trabajadoras del sexo, aquellas que junto a sus compañeros subalternos serán responsables de que el mundo siga girando y la vida siga siendo posible mientras nosotras paramos. El paro es una estrategia útil, se preguntan, para las personas racializadas y subalternas, para las condenadas del mundo, para las lesbianas y trans antirracistas.

El texto es fuerte. Sobre todo cuando pone el dedo en temas delicados. Es interesante cómo determinados países dentro del sur global, y dentro de América Latina en particular, se convierten en referentes y vanguardias de la lucha feminista. ¿Qué significa que nuestras luchas políticas sean definidas por un pequeño grupo de feministas blancas y blanco-mestizas privilegiadas asentadas en las capitales de los países hegemónicos de la región?.

Sin duda se refiere a nuestros países, Buenos Aires en primer lugar, donde nació el Ni Una Menos, pero también Montevideo y otros donde predomina un feminismo radical, pero blanco y de clases medias. Es incómodo. Pero es una incomodidad necesaria, imprescindible para no convertirnos, un siglo después, en algo similar a los dirigentes de la socialdemocracia alemana que terminó traicionando al movimiento obrero.

Debo confesar que el documento me remitió directamente a la comunidad que me recibió cuando la escuelita zapatista, a los espacios de las mujeres negras desplazadas por la guerra en Colombia, a las vivencias de nasas y misak del Cauca, a las comunidades mapuche, a favelas como la Maré, en Río de Janeiro, y tantos otros espacio-tiempos donde no rige la lógica en la que me eduqué y formé políticamente. Es muy incómodo cuando una negra favelada o una indígena te reciben como si fueras un conquistador, un opresor blanco.

Sin embargo, creo que esa vivencia es parte de la formación antisistémica, y no por algún empeño masoquista, sino porque es necesario sentir en el cuerpo y en el alma (León Felipe), aunque sea una mínima parte de los dolores humanos que se sufren en el sótano. Algo que no se puede siquiera palpar en la comodidad de la zona de lo humano, por volver a Fanon. En este punto, el documento de las feministas descoloniales provoca esa incomodidad imprescindible.

Desde los movimientos y el pensamiento crítico podemos hacer un esfuerzo por mirarnos en el espejo que nos colocan, sobre todo esa consigna final ¡Que ni una sea menos! El texto citado puede rebatirse en cuando a su oportunidad e, incluso, en su contenido. Es parte del debate que procesan las mujeres en sus colectivos, y no nos corresponde a los varones entrar en esa polémica.

Rocio Silva Santisteban * LASA y FOSPA: ¿intermundos?

Este fin de semana se han realizado en el Perú dos congresos o encuentros sobre América Latina con dos perspectivas diferentes y casi paralelas. Me refiero al Congreso Anual de Latin American Studies Association-LASA y el Foro Social Panamazónico: el primero realizado en el centro privado del canon del conocimiento, en la PUCP, Lima, y el segundo en Tarapoto; el primero es la reunión anual de profesores universitarios especializados en estudios latinoamericanos de diversas áreas y el segundo es el encuentro de activistas y promotores de los derechos indígenas de la Amazonía; se podría decir, exagerando, que los primeros estudian a los segundos. Se podría decir, exagerando, que estamos ante dos alcances epistemológicos opuestos. Se podría decir, sin exagerar, que los segundos no quieren ser objeto de nada: ni de estudios. La lucha simbólica de los indígenas de toda la Amazonía es por la ciudadanía y por ser sujetos plenos desde su conceptualización de “sujeto” y de “lo pleno”.

Entiendo que muchos han intentado trazar puentes: Rita Segato y Rafael Hoetmer han estado en ambos como ponentes y difusores de debates/conversaciones y algunos, como Eduardo Gudynas, Xochitl Leyva o Marisol de la Cadena intentan trazar puentes epistémicos y ontológicos, aunque no hayan estado presentes en ambos. Pero hay muchos otros que se ignoran mutuamente; algunos por desidia y otros porque desconocen los otros ámbitos metidos cada quien en su burbuja. Precisamente ese interregno entre unos y otros es lo que mueve a pensar en la relación compleja de academia/activismo. Por otro lado, muchas veces hay relaciones tensas, incluso de desprecio de activistas hacia lo académico y de condescendencia de los académicos hacia el activismo. Por eso, el “en medio” es fastidioso de ser habitado.

“Crear comunidad intelectual-política a través de las diferencias es necesario y urgente” ha dicho Richard Hale, en castellano, mientras leía su ponencia en inglés sobre el libro “Earth beings” de Marisol de la Cadena, quien aún no sabe cómo traducir al castellano, porque “Seres de la tierra” le parece insuficiente.

Precisamente por lo que plantea en él, a través de un diálogo con los Turpo, indígenas cusqueños, ese puente de lenguas/conocimientos/habitus para llamar al cerro Apu y no solo cerro, es lo que se resiste a la “traducción”.

¿Qué se pierde en la traducción?, ¿de qué manera los códigos del otro se resisten a ser traducidos?, ¿podemos cruzar el puente? O quizás, ¿a quién le interesa cruzar esos puentes? Desde el ámbito académico no se puede seguir pensando “al otro” sin dejarse traspasar por sus formas de ser; desde el Estado no se puede seguir imaginando a un otro cultural congelado en un espacio “anterior” o “ignorante de la modernidad” como suelen imaginarlo muchos altos funcionarios públicos. O, lo que es peor, organizarle al otro “una forma de vida” para poder encasillarlo en las lógicas del conocimiento euro-androcentrado y del capitalismo extractivista. Pero esa es y ha sido la única lógica implacable de nuestros gobernantes.

* La columna fue originalmente publicada en La Republica

** Raphael Hoetmer iba a viajar al FOSPA, pero tuve que suspender el viaje al ultimo momento por razones personales. Rocio no sabia de ello. Gina Vargas si estaba presente en ambos eventos.